“¿Acaso somos nosotros también ciegos?”, le preguntaron unos fariseos a Jesús. Nuestro Señor les respondió, “Si fuerais ciegos, no tendríais pecado; mas ahora, porque decís: Vemos, vuestro pecado permanece” (Jn. 9:40-41). Y es que no hay peor cosa que creerse y confesar a tiempo y a destiempo, que somos “guía de los ciegos, luz de los que están en tinieblas” (Ro. 2:19), sin caer en la cuenta de que, en el mejor de los casos, estamos afectados por puntos de ceguera existencial. No pertenece a la fe en Jesús la soberbia del que se cree mejor que nadie, sino la humildad […]
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